Ración de psicología benijna al pesto...

Hoy, una ración de psicología de la mano de mi querido amigo Benijno...


La felicidad es esfuerzo

Muchas personas ven a los bebés y les tienen envidia, y piensan que eso sí que es vida. Piensan que la felicidad sería no hacer otra cosa que comer, dormir y recibir mimos constantemente, no hacer nada y dejar que otros lo hagan todo por nosotros. Es un ideal de felicidad que casi todos llevamos grabado en nuestro inconsciente, porque enlaza con los recuerdos de nuestra infancia feliz o, en caso de no haberla tenido, con el anhelo de una infancia feliz. Pero es un ideal de felicidad inmaduro e inadecuado, porque nosotros ya no somos bebés. Este ideal presupone que lo deseable es ser pasivo porque hacer algo uno mismo es igual a esfuerzo y esfuerzo es igual a sufrimiento. Pero este razonamiento es falso. Por naturaleza estamos biológicamente programados para ser activos: nuestros músculos se atrofian si no los usamos, y no se desarrollan bien si no los usamos bastante; nuestros dientes se estropean si no masticamos a veces también algún alimento duro; nuestras capacidades motrices y de todo tipo, tanto físicas como psíquicas, no se desarrollan si no las sometemos a retos cada vez más difíciles, y se deterioran si estancamos o reducimos su ámbito de aplicación: así ocurre con habilidades como el sentido del equilibrio, el tenis, la capacidad memorística o los conocimientos de idiomas, por ejemplo. Es mucho más placentero jugar uno mismo a las cartas que ver como otros juegan, besar uno mismo a una persona atractiva que ver en una película cómo dos personas atractivas se besan, tocar uno mismo el piano que escuchar un concierto de piano, diseñar un edificio que verlo hecho, etc. Toda actividad requiere esfuerzo, pero el esfuerzo no es igual a sufrimiento. El esfuerzo es necesario, es imprescindible, pero además es placentero si no se lleva al extremo. Es más desagradable para el cuerpo no moverse en todo el día del sillón que hacer un ejercicio moderado. Es más agradable estar en forma que no tener fuerza ni para abrir una botella. Es más agradable vivir que ver la vida pasar de largo. Cambiemos nuestro chip de una vez: un nivel moderado de esfuerzo en la vida es necesario, es bueno, es placentero.


Benijno, 4-2-2006

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Impulsos autodestructivos

A menudo se puede observar a un niño muy pequeño que se enrabia cuando quiere algo y no lo consigue. Entonces llora y grita y se hace daño en la garganta. Alguno incluso se da cabezazos contra la pared. Otro hace maldades para que lo riñan. Otro comete imprudencias que le conllevan lesiones importantes. En todos estos casos, el niño percibe claramente que su comportamiento tiene consecuencias negativas para su propia salud o bienestar. Pero es que está empleando la táctica de dar lástima para conseguir que le presten atención, la táctica del todo o nada, está apostando muy fuerte para forzar a sus padres a que le den lo que quiere. La experiencia le dice que muchas veces esta táctica funciona, porque sus padres, horrorizados al ver que se está haciendo un daño verdadero, o que está a punto de hacérselo, prefieren ceder y darle lo que desea con tal de que no le ocurra nada grave. Esta reacción paterna es doblemente errónea: por un lado no están sabiendo educar bien a su hijo al consentirle lo que no deberían, y por otro lado le están inculcando, de forma inconsciente, un principio enormemente dañino: “si quiero conseguir algo que me interesa mucho, tengo que recurrir a algún tipo de actitud autodestructiva”. Por desgracia, es muy habitual este tipo de respuesta paterna ante este tipo de conducta infantil. Así es como se generan en nuestra sociedad unos patrones de conducta del tipo: “si quiero algo pero no lo consigo, entonces me autocastigo haciendo algo para perjudicar mis propios intereses”. Estos patrones de conducta los aprendimos en la infancia temprana, y por tanto se incorporaron directamente a nuestro subconsciente, se instauraron en lo más profundo de nuestra personalidad como parámetros básicos de nuestro comportamiento, y en consecuencia nos regirán durante toda nuestra vida adulta sin que nos los cuestionemos, sin que ni siquiera nos percatemos de que estamos siendo víctimas de ellos. Lo malo de tales mecanismos psicológicos es que son contradictorios y muy autodestructivos, es decir, son un obstáculo grave para alcanzar nuestros objetivos vitales y nuestra felicidad personal. Es importante, pues, que tomemos consciencia de ellos y los anulemos.

Hoy en día aún son muy numerosos los adultos que frecuentemente no se rigen por la razón, la lógica y el sentido común, sino por sus instintos, deseos e impulsos viscerales. En otras palabras, la inteligencia emocional sigue siendo una asignatura pendiente para una gran parte de nuestra sociedad. Esto se manifiesta, entre otros muchos aspectos, también en el tema que nos ocupa, es decir, las tendencias autodestructivas. Es, por desgracia, todavía muy habitual encontrarnos con situaciones como las siguientes:

EJEMPLO 1: Mi amigo tiene un problema y viene a contarme sus penas. Yo, con la ventaja de quien ve la situación desde fuera, le propongo diversas soluciones posibles. Pero mi amigo las rechaza todas con argumentos poco racionales o incluso patentemente absurdos, debido a que las soluciones factibles no se acoplan al cien por ciento a lo que él esperaba o deseaba. Como yo, que estoy interesado sinceramente por su bien, insisto en hacerle entrar en razón para ayudarle, él se queda finalmente sin argumentos y acaba enfadándose conmigo y haciéndome o diciéndome algo hiriente, despreciativo o insultante. Así consigue que yo lo deje en paz. Se hace daño a sí mismo porque pone en peligro nuestra amistad, que es beneficiosa para él, y porque se cierra en banda a aceptar soluciones a su problema. Inconscientemente, está empleando la vieja táctica infantil del todo o nada. Y no se da cuenta de que no siempre es posible tenerlo todo. Tampoco se da cuenta de que, cuando un adulto muerde la mano que le da de comer, está perjudicando muy seriamente sus propios intereses, porque resulta que yo, aunque le quiero, no soy su padre, y mi amor no es incondicional ni para siempre.

EJEMPLO 2: Un niño coge una rabieta porque su mamá no le compra cierto capricho. En su furia, se lastima a sí mismo y entoneces se pone a llorar, ahora de dolor físico. Su madre se acerca para acariciarlo y consolarlo, pero él la rechaza enfadado con manotazos constantes hasta que ella desiste. También aquí el niño está siendo víctima de aquel viejo principio autodestructivo que eventualmente llevará a que su madre deje de preocuparse por él, que es lo último que a él le convendría.

EJEMPLO 3: Una mujer se siente frustrada porque no ha conseguido algo que quería. Probablemente sin saber siquiera por qué, siente la necesidad imperiosa de desahogarse, y para ello arremete contra su marido e inicia con él una riña absurda por cualquier menudencia intrascendente. Él acaba enfadándose, y entonces ella se echa a llorar y se lamenta de que su marido no la comprende. Si esta situación se repite, el matrimonio podría llegar a romperse, cosa que es lo contrario de lo que la mujer en realidad desea. Mediante esta discusión, ella lo que pretende inconscientemente es autocastigarse por no haber sido capaz de conseguir lo que pretendía.

En todos estos ejemplos se puede observar que la persona inmadura, niño o adulto, se pone trabas a sí misma para la consecución de sus fines e incluso puede acabar arruinando su vida en su intento inconsciente de dar lástima para conseguir atención y apoyo. Experimenta un desdoblamiento de su persona: por una parte está el “yo” verdadero que desea alcanzar los objetivos que realmente conducen a la felicidad, y por otra parte está el “yo” castigador, su enemigo acérrimo, que siempre le pone la zancadilla precisamente en los asuntos que más le duelen. El individuo muchas veces no es consciente de tener estos dos “yos” enfrentados irreconciliablemente. En caso de que sí que sea consciente, no es capaz de distinguir cuál de los dos “yos” es el verdadero, y tampoco es capaz de resolver el dilema de escoger entre los objetivos de uno y otro “yo”, que son siempre incompatibles.

La solución a este dilema, que se vive subjetivamente como insuperable, es en realidad sencilla: simplemente he de preguntarme con sinceridad absoluta qué es lo que de verdad me hace feliz, y entonces poner toda la leña en el asador para lograrlo, olvidándome de todos los peros. Para conseguir esto es imprescindible tener fuerza de voluntad, disciplina, constancia y paciencia. La felicidad no se puede alcanzar sin esfuerzo.


Benijno, Alzira, 5 de marzo de 2006

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Muchas gracias Benijno.
Un abrazo con mucho cariño, y además... muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!!!!!!!!!!!!!!!!!