Conexiones...

Parece ser que la primera subdivisión que hacemos de la naturaleza, distingue entre seres vivos, virus y minerales. A esto le llaman Imperios, me imagino que por su enorme extensión -como el de Bush-. Y desde la primera clasificación o sistema del amiguete Linneo, se han añadido muchos más niveles al esquema clasificatorio global.

Nosotros, en principio, no parece que seamos sólo minerales, aunque algunas veces, confieso que I turn to stone -como dice la conocida canción de la E.L.O.-, y si yo de en ocasiones veo muertos o me quedo de piedra, en cambio mi mujer se queda de plástico, o “lo flota”… -cual gas noble-, qué le vamos a hacer… Pero ya hablando en serio, en relación con la materia, y para ilustrar la interconexión de todo, me gustaría mencionar un párrafo del genial libro de Peter Atkins, “El dedo de Galileo”, que es el que sigue: “el mundo de los seres vivos apareció cuando la materia inorgánica se topó con una manera de pasar información intrincada e impredecible, y descubrió que podía alcanzar la inmortalidad para dicha información mediante la fabricación incesante de réplicas”. Y con esto hablamos de ADN, que en realidad no es más que una plasmación física desechable de la información que el gen contiene, porque el componente verdaderamente importante de la vida no es el gen físico, sino la información abstracta que contiene, que es inmortal, y despiadadamente egoísta, según nos dicen los científicos con sus conocimientos actuales. Así, la información genética es con bastante probabilidad la unidad última de selección, siendo el ADN su plasmación, y el cuerpo su sumiso recipiente desechable. La información genética moldea su vasija, para adaptarla lo mejor posible a su entorno, ya que los recipientes mejor adaptados aseguran la proliferación de la información que el gen transmite –siendo éste, como dijimos, muy egoísta, al igual que las vasijas o seres vivos, que sólo buscamos nuestra felicidad, y que nos llamamos generosos cuando nuestra felicidad consiste en hacer felices a otros…, en el mejor de los casos…-. Y comparando un poco, en el caso de los llamados seres vivos, que supone unos escaloncitos más en cuanto a complejidad, y copiándonos en cierta forma de la materia inorgánica, hemos logrado también medios para pasarnos información, y entre ellos estaría lo que llamamos lenguaje, y hoy en día, tras la eclosión de la denominada Sociedad de la Información, los humanos nos hemos convertido en un organismo global capaz más que nunca de logros potencialmente ilimitados, y también de las más terribles abominaciones, como vemos cada día…

En todo este mejunje, nuestra ciencia actual parece que en algunos casos llega a vislumbrar de manera magistral algunos de los comportamientos o efectos del universo que denomina físico, pero lo que hay detrás de la materia inorgánica, de la información genética o de los seres vivos, etc…, los qués, los por qués, las causas…, son completos misterios todavía… -el “ni puta idea” no resulta inapropiado en absoluto-. Y al parecer, según esta ciencia, somos en nuestra mayor parte espacio vacío, como ya sabemos… Y además, con la mecánica cuántica, que surgió en lugar de la física clásica, resulta que las ondas se comportan como partículas, y las partículas, como ondas… Pienso que nuestro conocimiento de la materia sólo ha comenzado…, son sólo los primeros -y peligrosos- pasitos… Pero bueno, sigamos con la disertación científica…

Por otro lado, después del Imperio mineral, está el Imperio de los virus, porque parece que no pueden considerarse estrictamente como seres vivos, a pesar de que «paradójicamente, todo el mundo quiere matarlos» -James Trefil, “1001 cosas que todo el mundo debería saber sobre ciencia”, obra también muy recomendable-. Y en este punto, la conexión la establece el coñocido agente Smith, de la genial Matrix, equiparándonos a los virus… La verdad es que el paralelismo en nuestra forma de actuar es impresionante… -a ver si en los próximos años encontramos otro planeta más o menos cercano para poder seguir viviendo, infectando y destruyendo -a no ser que cambiemos bastante muuuuuuuuuuchas cosas-. Ahí tenemos otro ejemplo de interconexión…, pero queda el mejor, para los valientes que sigan…

Para el otro Imperio restante, ese de los llamados seres vivos, nuestra biología establece tres dominios en su interior, a saber: las Bacterias, los Arqueos -o Archaea- y los Eucariontes. Los dos primeros dominios se diferencian por su ADN ribosomal y por la composición de sus membranas -con ciertos lípidos peculiares en los Archaea-, pero ambos comprenden seres unicelulares que no poseen núcleo celular -son células procariotas en contraposición a la/s célula/s eucariota/s de los Eucariontes, que sí tienen su núcleo celular, tan cuco él-. En éstos últimos o Eucariontes -los chulitos que poseemos núcleo en nuestra/s célula/s-, se distinguen cuatro reinos -Animales, Plantas, Hongos y Protistas-, aunque algunos prefieren ver cinco, incluyendo como reino a las Bacterias -otros ven seis, y hasta treinta y ocho…, con unos nombres demasiado changos como para ser pronunciados en la lengua de Mordor…-. Y es que a los seres humanos occidentales nos encanta categorizar, ordenar, dividir, meter en cajoncitos independientes…, cuando para los orientales todo es más global, interconexionado, es más como un continuo que fluye, cambia…, y creo que en la conjunción de ambas visiones está el equilibrio, pues son totalmente complementarias.

Bueno, pues parece ser -según me contó un día una persona versada en plantas y hongos cuando íbamos de excursión campestre- que a pesar de que a los hongos no los hemos clasificado ni como plantas ni como animales, sin embargo se parecen en algunas de sus características tanto a las unas como a los otros –extraños seres ellos-. Por lo tanto les hemos concedido su propio Reino de puta madre, como si a ellos les importara un pimiento…

Aún así, dentro del reino de los honguetes no están todos los que son, o no son todos los que están… -qué ganas tenía de decir la gilipollez de frasecita-. Vamos, que nos hacemos la picha un lío, y a ciertos seres honguiles los metemos en el reino de los animalotes -los zoólogos…, qué casualidad-, y a otros en el de los verdaderos hongos -los micólogos, otra casualidad casual…, y seguramente los que tratan de estudiar la vida extraterrestre dirán que son alienígenas…-. Pero por suerte, existe un cajón de sastre que es el que nos faltaba, el Reino de los protistas -en el cual reinan las amebas con sabiduría, junto con ciertas algas, euglenas y otros tantos seres también bastante raritos ellos…-. Dentro de estos hongos que no son considerados verdaderamente como hongos, ni como animales, ni como plantas, sino que son protistas, que suena mejor, están ciertos seres a los que hemos dado el asquerosillo nombre de “mohos mucilaginosos”.

Y el libro rebosante de claves científicas de Eduardo Punset, titulado “El Viaje a la Felicidad”, que acabo prácticamente de comenzar, me ha hecho acordarme de lo que me dijo sobre dichos mohos mucilaginosos este hombre estudioso de plantas y hongos que he mencionado hace algunos milenios -unos quinientos trillones de líneas más arriba-. El tema me impactó, y me pareció otro ejemplo de la inteligencia de la naturaleza y de lo interconectados que estamos todos, seamos Animalejos, Plantejas, Honguetes o Protistoides –incluso alienígenas, joder…-.

Abrochaos los cinturones… La historia es la siguiente… Los mohos mucilaginosos plasmoidales adoptan la forma de una ameba gigante que contiene miles de núcleos, llamada plasmodio -llegan a alcanzar áreas de unos dos metros cuadrados, y son las células que no se dividen más grandes que se conocen, adoptando colores brillantes, como amarillo, marrón y blanco-. Pues aunque parezca mentira, son capaces de encontrar el camino más corto a través de un laberinto -ejemplo interesante de procesamiento de información sin la participación de un sistema nervioso-. Y luego afirmarán algunos rotundamente que los animales no tienen consciencia, cuando no se ha podido demostrar tal hecho, y cuando en la actualidad la ciencia apunta en el sentido opuesto -yo personalmente siempre he opinado que la inteligencia es un continuo y es sólo cuestión de grado, independientemente del tipo de ser…-.

Pero me parece más espectacular el caso de los mohos mucilaginosos celulares o “amebas” sociales, del que me habló este hombre campestre y risueño, los cuales en épocas buenas, viven de manera independiente, como células semejantes a las amebas, alimentándose de hongos y bacterias. Pero si las condiciones se tornan adversas, cuando no hay alimento disponible o la temperatura no es la adecuada, etc., decenas de miles de estas células individuales comienzan a juntarse para formar una sola estructura, un organismo pluricelular -que acostumbra a medir entre dos y cuatro milímetros de largo-. Esto sucede cuando algunas de las células emiten una señal química que hace que las otras emigren hacia ellas. Y no forman un mero amasijo, porque al unirse, las distintas células que individualmente son idénticas, se distribuyen en tejidos diferenciados. Se crea un interior, una cubierta viscosa, una cabeza y una cola bien definidas. Sus células pueden morir y reproducirse, como las de nuestro cuerpo. El organismo se desplaza hacia la luz en el bosque y eventualmente se detiene para formar diversas estructuras, que le permiten reproducirse. Así, algunas de las células forman un tallo -una vez formado, estas células mueren-, que separa aproximadamente un centímetro del suelo a las otras, que suben por el tallo y forman un casquillo de esporas. Cuando las condiciones llegan a ser más favorables, las esporas son liberadas y se desarrollan en nuevas células similares a amebas de vida individual. Y puesto que todas las células mohos mucilaginosos que crecen un una misma zona del bosque poseen una dotación genética idéntica, se puede afirmar que todo el conjunto constituye un único organismo, cuyas células viven juntas o separadas en función de las condiciones ambientales. Precisamente los investigadores están estudiando estos organismos para arrojar luz sobre los procesos biológicos que hicieron posible la aparición de seres pluricelulares a partir de células individuales.

Al respecto, me parece increíble el paralelismo con los humanos, ya que también nos juntamos en estructuras -para cubrir necesidades-, o nos quedamos más solitos e independientes cuando hay abundancia y necesidades cubiertas -aunque solitos solitos no estamos nunca, pues formamos parte de un solo organismo, llamémoslo humanidad, y estamos tremendamente interconectados...-.

Dando ya un salto para una mayor abstracción, nos trasladamos al nivel del macrocosmos, y en esa vastedad también la ciencia percibe una unidad, una completa conexión…, y una evolución constante… Es más, en su ansia por conocer las partes y el todo, los científicos tratan de conseguir una teoría del todo -o varias-, que se utilice para predecir todas las propiedades conocidas del Universo… De momento, sólo en nuestro minúsculo planeta parece que tenemos una infinidad de cosas por descubrir en el ámbito considerado como más puramente material… En cuanto a nuestro conocimiento de otros seres vivos, todavía se percibe como escasísimo… Por poner un ejemplo, los humanos hemos registrado ya unos dos millones de especies, y según las estimaciones, es posible que aún queden otros diez millones o más por descubrir… Aunque desde luego, el mayor desconocido sigue siendo el propio ser humano, nosotros mismos…, nuestra existencia, nuestro funcionamiento, nuestros complejísimos cerebros…

El caso es que, ahorrándonos toda esta parafernalia o rollo que me ha apetecido escribir…, sólo basta con salir un poquito al campo, al mar, observar las estrellas, contemplar a los pájaros, o mirarnos a los ojos…, para darnos cuenta de lo conectados que estamos, de que dentro de esta infinita y maravillosa diversidad, somos lo mismo…

Recordar esto tan simple, tan obvio…, y tenerlo bien presente, nos debería llevar a una mayor unión, a ser más pacíficos, a cuidarnos unos a otros, a amar nuestro planeta, a respetar a los otros seres -los cuales juegan su papel tan importante como el nuestro en esta historia-, a conocernos más, a desarrollarnos y evolucionar como un único organismo de la manera más armoniosa que seamos capaces, no como células en guerra o como células cancerígenas que arrasan con todo lo que les sale al paso, centradas en su propio ombligo… Creo que el poder ser conscientes de nosotros mismos, percibir esta unidad, y apreciar lo maravilloso e increíble que es estar vivo, es un paso de gigante para ser una persona feliz, agradecida, y para tratar de conocer -y en consecuencia amar- más y mejor a todo cuanto nos rodea.

Mis mugidos malijnos con mucho cariño para todos, incluidos mis queridos mohos mucilaginosos.