Evolución del yo (V parte y última)
Muuuuuuuuuuuuuu!!! Final de mi Último Verano. Comienzo de mi Primer Invierno Se acabaron las vacaciones. El verano ha terminado poniendo punto y final a nuestra relación. Poco honesta y razonable pero sí muy convencional y corriente. Una relación injusta donde siempre busqué y di y tú siempre recibías y te marchabas. Yo siempre te esperaba en tu portal, esperando que llegases para darte un caluroso recibimiento y ansiando un alegre agradecimiento y que, alguna vez, me invitases a entrar. A veces, amablemente me invitabas a quedarme fuera; las más, nunca llegabas. Siempre en la puerta. Tarde mucho en ser tu amiga. Aprendí a conformarme con ser la pequeña confidente que escuchaba todo lo que te sucedía. Eso fue suficiente por un tiempo, me bastaba con estar cerca de ti y conocer tus logros y carencias. ¿Por qué lo hacías? No lo sé realmente. Seguramente de ningún modo querrías estar con una chica como yo, que soy tímida y poco agraciada. Qué mejor que relevarme a un segundo plano y ser como una hermana pequeña. Pero tu pequeña amiga se cansó de ser tu guía vital, asesora nocturna, tutora de nuevos conocimientos y consejera amorosa, oyente de tus incontables conquistas, receptora de reproches y desprecios con las otras, encubridora de secretos ajenos y de secar mis lágrimas y curar mis heridas. Ahora tengo una dirección más a la que no escribir, un espíritu que recomponer, una fortaleza que renovar y las maletas hechas, dispuesta a volver a casa con un montón de fotos, recortes, y arañazos para la colección. Eres y serás mi atardecer: un astro venido a menos que pierde color y fuerza gradualmente a medida que se acerca a los picos de las montañas; entonces, cuando se aproxima demasiado es perforado y atravesado, explota y desaparece. Mientras, yo soy y seré la noche, fría, oscura, solitaria, cobijando misterios baladíes pero abarcando todo lo visible. Esa que contempla tu estallido en la lejanía y que tiene lleno de lágrimas fugaces el semblante, de ésas que los niños y los enamorados se divierten viendo mientras piden un deseo. Ten en cuenta que está finalizando el verano y comenzando el otoño: el día es más corto y la noche más larga, llega mi momento. Ya no soy aquella chiquilla confiada, insegura, llena de ilusiones amorosas y entregadas quimeras que bajó del tren que ahora espero me devuelva a Madrid. Ahora, con fuerzas restauradas, renovadas convicciones y devuelta la fe en mí misma tengo ganas de comenzar de cero y demostrar lo que valgo. El panorama que se abre ante mí es enorme y vuelvo a ver mi horizonte. Estoy tan contenta y rebosante que creo haber llegado demasiado pronto a la estación. Parto a las 22:50 y son poco más de las 21:10. No importa lo ansiosa que esté por regresar, el tren no va a llegar antes, tendré que esperar, así que será mejor sentarse. Observo alrededor. Hay un señor sentado en un banco contiguo al mío. No es muy mayor pero tiene profundos surcos en su frente, bajo los ojos y en la comisura de la boca. Su cara está apocada, apagada, parece cansado y mira a la izquierda de las vías. No realiza ningún movimiento superfluo, sólo espera, paciente, la llegada de alguien. Tal vez un familiar, posiblemente un ser amado y añorado durante largo tiempo. Ésta es una importante ciudad turística costera y pasan bastantes trenes. Llegan de diversos sitios: Tarragona a las 22: 07, Alicante 22:16. Se dirigen, principalmente, a las ciudades más importantes de la geografía: Barcelona, 22:15; Madrid, 22:50. También hay cercanías entre pueblos cercanos, casi constantemente. Sin embargo, el señor no se mueve. No se dirige a ninguna locomotora específica, ni llega nadie que le conozca. Tampoco se marcha. Acaba de llegar un Talgo Pendular, grande, azul, con muchos pasajeros. Hay una gran actividad pero él no se apresura. Brillan sus pupilas, un pequeño reflejo de felicidad y entonces, parece tener intención de levantarse y entrar en un compartimento. Pero, al final, sólo mira las puertas del vagón y se queda estático, clavado, como si un miedo invisible le atase al asiento. Vuelve el halo de tristeza, rodeándole, como una niebla densa de invierno. Ahora está mirando a la derecha: llega un regional. Más modesto y lento, también más barato y de recorrido más breve. Sin cambios. Han pasado ya varios trenes de diversas procedencias y, después de comer algo y leer un rato, el siguiente es el mío. Se acerca mi hora, me late el corazón con fuerza, tengo ganas de volver, dejarlo todo atrás, en donde nunca sale el sol. Sigo observando al hombre del banco desde la ventana de mi asiento de no fumador. Siempre actúa igual, nunca se decide a levantarse. Lleva toda la vida ahí sentado, en una espera infinita, solitaria, y nadie repara en él porque él nunca reparó en los demás. Quizá algún día suba a un tren que le lleve a lugares maravillosos con gente deseando ser conocida. Antes, debe poner algo de su parte, cambiar las preferencias en la vida y anteponer la seguridad del invierno a lo efímero de verano. Pero el tiempo corre. Tal vez sea ya demasiado tarde. 31-05-2001 ______________________________ Ella - ¿Estás bien? No sé cuantas veces he oído esa pregunta en los últimos 4 meses. Es curioso observar el modo en que me ha afectado siempre y cómo me afecta ahora. Las primeras veces que se interesan por ti son las mejores. Crees que en verdad eres importante porque consigues preocupar a los demás, no todo el mundo tiene la capacidad de hacerlo, tiene su mérito. También es un buen método para diferenciar los auténticos amigos del resto. Sin embargo, pasadas las primeras semanas, y una vez extendido el rumor, comienzan a preguntar por obligación cada vez que te ven por la calle, cuando vienen a verte a casa o cuando llaman por teléfono, como si hubiese cambios espectaculares en una depresión. Es sugestivo fijarse en cómo se interesa por tu salud el novio, al que acabas de conocer, de una compañera de trabajo. Ciertamente, no es un buen procedimiento. Ya no soy importante, sólo el centro de atención, donde todo el mundo tiene una opinión que mostrar, un consejo que dar, algo que decir. En ese momento, cambia la estructura de la respuesta. Paso de una explicación concisa y detallada sobre mis sentimientos, mi terapia y mis pastillas a un escueto “bien, gracias”. Si ellos supieran que estoy bien no me preguntarían y, sin embargo, les sirve la respuesta. Como si yo estuviese bien realmente. Supongo que es un mecanismo de defensa. Si notas que la preocupación es sólo por educación, la contestación correspondiente ha de ser del mismo género. Sentir esto implica encerrarse, en sí mismo, guardando las palabras para un oyente que más las merezca. No creo que sea bueno para mi recuperación. Estoy deseando que suene el móvil para contarle a alguien mis progresos, mis retrocesos, mi impotencia, mi esperanza. Yo solo no puedo. Mis palabras no se oyen, estoy paralizado, inmovilizado, necesito ayuda del exterior, y ahí está Ella. Pero este “¿estás bien?” es diferente. Cuando lo he oído no he sentido la repugnancia habitual sino que he vuelto a sentirme protegido, importante y querido. Esta ocasión ha sido especial porque también lo es la persona que me ha hablado. Dulce y cariñosa, me apoya incondicionalmente en estos momentos con su timidez, abrasando el iceberg más grande. Una timidez que me comunica todo lo que necesito saber de Ella, desapareciendo sólo cuando es arrollada por el delirio ilimitado, el deseo desbocado y el más ardiente sexo que jamás he conocido que surge entre nosotros durante horas infinitas de amor. Y creo que Ella es así porque su honradez y su inteligencia hacen que sus instintos posean un grado de nobleza y autenticidad sin igual, creando una frágil pero genuina fortaleza que amuralla palabras entrecortadas, ardorosas caricias y besos prohibidos. Ella misma lo sabe, aunque no lo reconozca, y también intuye mis sentimientos pero ahora no estoy en condiciones de decírselo. Siento que miles de montañas invisibles se yerguen - altas, mudas, distantes, separándome de ella - a mi alrededor impidiendo cualquier movimiento. Cuanto más crecen, más menguo yo, llegando a perder la noción, mi noción, de identidad. La soledad cada vez es más fuerte, sabe cómo apoderarse de mí, cómo ahogar mis gritos para que nadie me ayude y quedar así indefenso ante todo y ante nada, cómo transformar la realidad exterior en un infierno teledirigido para que yo siga prefiriendo las montañas, ahora y después de tanto tiempo, mis montañas. Si bien los ataques de estos montes desiertos contra Ella son cada vez más débiles, es una lucha oscilante, muda, intempestiva donde nunca sé quien va a salir vencedor y siempre creo que será la última. Esta pugna anímica entre lo que siento por Ella y las dificultades para valorarme, aprender a estimarme por primera vez - mis solitarias montañas- asola mis noches y hunde mis mañanas con increíble regularidad. Y por primera vez creo que ella debe saberlo, no sé cómo pero tengo que decírselo, porque si no estoy más hundido es por Ella. - No, no estoy bien. Me siento cansado, vencido y desesperado. Esta madrugada se alarga demasiado y me duelen los ojos de buscar el sol y no encontrarlo, los oídos de perseguir tu voz y no oír siquiera el eco de la cordillera, el alma de querer amar y no poder, porque no sé cómo se hace, nadie me enseñó. Sin embargo, a veces, la fe, la esperanza y la espera llegan y se van fugazmente, en forma de momentos que me imponen la obligación de seguir adelante. Cuando suena el teléfono y oigo tu voz al otro lado es uno de ellos. 02-06-2001 ______________________________ Y aquí terminan las tonterías diversas. Espero que alguno os haya gustado ^_^ Muuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu!!!! |
Mugidos de otras reses (10)
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| Referencias de otros establos (1)
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