El científico
Érase una vez que se era un científico muy espabilao, que se encontraba en su laboratorio trabajando cuando, de repente, pensó: -Vaya puto coñazo tener que ir al super a comprar las patatas, los pimientos, las zanahorias y los tomates. Sí, ya sé que no es un pensamiento muy profundo, pero qué queréis, él es así, deja las profundidades de su mente para temas más físicos y matemáticos. Así que puso todas sus sinapsis neuronales en idear un método revolucionario que le evitase ir todas las semanas al carreful, y de paso, pertenecer a ese reducido y elitista grupo de personas que salen en las enciclopedias y compendios de saber más importantes. De repente, un día, plof! Se le ocurrió!! Sí, se le ocurrió!! A él solito!! -Podría cultivar mis propias verduras en mi huerta que, la verdad, la tengo un poco abandonada. Y se compró unas semillas.Qué bonito era verle regar a sus tiernos brotes, con qué mimo y ternura cuidaba a sus plantitas!! ![]() Sin embargo, nuestro protagonista comenzó a notar extraños cambios en su ser y tras haberlo razonado mucho, se dijo: -Si es que soy gilipollas. Tendré que añadir proteínas en mi dieta, vamos digo yo. Y el caso es que tenía razón. Pero como no tenía ni puta idea de nutrición, ni se le ocurrió pensar en las legumbres con arroz ni mucho menos en la maravillosa soja (yo creo que ni sabe que existe), sufrió un importante desequilibrio mental. -Carne? Pescado? Ambas¿?¿?¿? Eso no podía ser. Qué crisis. Vaya desastre. Qué pensarían sus amigos si le vieran debatirse entre ambas aceras. Las centurias se fueron sucediendo hasta que llegó a la conclusión de que no era bisexual [apunte] la narradora, osea yo, lo siente muchísimo por él, que lástima [apunte] y que la mejor opción era la carne. -Yo estoy hecho de carne. No es carne comestible, pero sigue siendo carne. El pescado para los documentales de la 2. Porque yo los veo. Porque yo lo valgo. Se podía notar su felicidad a kilómetros, toda su vida dirigida ya hacia un fin: su dieta, su vida, su razón de ser! Sentía una inmensa alegría... que poco le duró. -Vaya puto coñazo tener que ir al super a comprar mis tan necesarias proteínas cárnicas. Vuelta a empezar. Que very-big-toast de señor. Innumerables vueltas le dió al asunto, lo examinó por todos lados, boca arriba y boca abajo, hizo el pino incluso un salto mental con triple tirabuzón terminado en carpa, desesperaíto estaba ya cuando gritó: -Ya lo tengo! Inventaré unas semillas para plantar animales!!!!!!! Y así fue como este querido científico loco desarrolló, almacenó y distribuyó, hasta en Japón, esa gran idea. Por eso, ahora existen las semillas vacunas niponas. Qué de puta madre!!! |
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